Cuando el aislamiento social obligatorio apenas comenzaba en la Argentina, las imágenes que llegaban del mundo entero revelaban una necesidad: encontrar formas de cuidarnos frente a un virus para el que no había ni cura ni vacunas.
Los tapabocas, barbijos y máscaras de protección comenzaron a ser parte de la foto global. Empujados por esa ola, a mediados de marzo, algunos diseñadores, profesores y alumnos de escuelas técnicas se propusieron crear viseras y máscaras en sus impresoras 3D. "Había muchos diseños diferentes, esfuerzos aislados, y por eso me propuse aunar fuerzas", relata Guillermo Silpituca, coordinador del equipo de más de 30 voluntarios que logró producir 1000 máscaras en tres semanas de trabajo. "Comenzaron a sumarse directivos, alumnos y profesores de distintas instituciones como ITEC, UTN, escuelas técnicas de la ciudad, CFP N°402, emprendedores 3D y aficionados. Armamos un grupo de Whatsapp que iba creciendo, la Municipalidad nos facilitó todos los materiales para el armado de las piezas, y un médico nos orientó en los diseños más convenientes para cubrir las necesidades del área de salud, que debían ser cerrados como premisa".
Hobbistas y emprendedores se agregaron a la lista, poniendo sus impresoras al servicio del objetivo, donando el uso de la energía, su tiempo y dedicación desde sus casas. "Fue una hermosa experiencia colaborativa. Creo que cuando hay una misión clara y todos nos encarrilamos hacia ella, los logros suceden", cuenta Silpituca, quien contó con el profesor Gustavo Mauro en una segunda instancia de coordinación del grupo.
"Fue una hermosa experiencia colaborativa. Creo que cuando hay una misión clara y todos nos encarrilamos hacia ella, los logros suceden", cuenta Silpituca.
La Municipalidad de San Nicolás fue la encargada de organizar la logística y priorizar la entrega de las máscaras según las demandas que imponía la pandemia entre profesionales y auxiliares del área de salud y seguridad. "Las primeras semanas todo parecía urgente y ese fue el primer impacto. Pero los makers se unían espontáneamente, demostrando una fuerza de trabajo tan valiosa que podría estar a disposición de salvar cualquier necesidad rápida de diseño en el futuro", asegura el coordinador, quien también es artista.
Más de 30 makers nicoleños participaron de la iniciativa de impresión de máscaras.
Cosiendo voluntades
Cuando los tiempos son turbulentos, el espíritu solidario sale a flor de piel. Así fue como muchas personas en distintos barrios de San Nicolás comenzaron a ver cómo podían hacer donaciones al hospital, incluso con fabricaciones caseras como la de los tapabocas. La respuesta a esa intencionalidad colectiva fue unirlos y que la Municipalidad les proveyera los materiales, se los acercara a sus casas y luego, recolectara e hiciera entrega de los trabajos terminados.
"Me llamaron para coordinar este grupo de costureras sabiendo que trabajo en el ambiente textil", cuenta Macarena Vico, diseñadora gráfica y bordadora industrial, encargada de liderar el equipo y guiar a la Municipalidad en la compra de todo lo que hiciera falta para confeccionar batas, cofias, botas y barbijos. "De pronto, nos fuimos juntando y el primer fin de semana ya éramos 30 dispuestos a cortar y coser lo que hiciera falta. Teníamos 24 rollos de friselina, hilo, alambre, alcohol para desinfectar y embolsar desde cada casa los productos. Y arrancamos".
"Se formó un grupo de casi 80 personas para lograr el objetivo en medio de un clima buenísimo. Todos amables, contentos, aplaudiendo cuando pasábamos a recolectar lo confeccionado", cuenta Vico.
"Día a día la gente se sumaba. Veían el flyer de costura solidaria y con sus familias y sus vecinos decidían ayudar ya fuera cosiendo o aportando vehículos para el recorrido. Se formó un grupo de casi 80 personas, dando cosas de sí mismo para lograr el objetivo en medio de un clima buenísimo. Todos atentos, amables, contentos, aplaudiendo cuando pasábamos a recolectar lo confeccionado", cuenta Vico. "Y cuando se entregó en hospitales la primera tanda de 10 mil barbijos todos dijimos «guau, ¡mirá lo que hicimos!»".
Sin exigencias semanales y cada uno haciendo lo que puede –algunos tienen mesa chica de corte, y otros cuentan con máquinas o mesas grandes, y de acuerdo a eso se les destina la producción-, lograron organizarse con simpleza, aunque no faltaron desafíos para las costureras mayores no habituadas al Whatsapp o a visualizar un archivo Excel para saber cómo rendía la tela.
"Cuando entré a este grupo no pensé que tendría tanta dimensión. Tuve que contactarlos, entenderlos, aprender del resto para hacer entre todos y formar un método. Nadie es jefe de nadie. Todos vamos para un mismo lado. Esto me enseñó que la gente cuando quiere ser solidaria y se organiza, puede", destaca.
La logística fue clave, tanto para recibir donaciones como para gestionar entregas.
El oficio de costura fue uno de los que recobró todo su valor y visibilidad en medio de esta crisis sanitaria.